sábado, 6 de octubre de 2012

John K. Galbraith.


Este economista estadounidense es el autor de "La sociedad opulenta" (1958), su libro más destacado, dentro de sus 33 obras divulgativas que han estado siempre en las listas de best-seller. Además de haber sido uno de los economistas más populares, Galbraith fue diplomático, novelista, cronista periodístico y asesor político de referencia. 

Nació el 15 de octubre de 1908 en una granja de Dunwich Township-Iona Station (Ontario, Canadá).

Ejerceció como docente de economía en prestigiosas universidades como la Universidad de Harvard, Cambridge y Princeton. 
La época que se desarrolló hasta la Segunda Guerra Mundial le marco profundamente, al igual que a toda su generación, ya que sufrió los efectos devastadores de la Crisis de 1929. La depresión que padeció la economía estadounidense a partir de ese año provocó en toda su generación una desconfianza sobre el libre mercado.
Las críticas a la inestabilidad del mercado se reprodujeron y mucha gente tomó el compromiso de aplicar las soluciones que fueran necesarias para poder superar la depresión. A esas ideas respondió la política del New Deal de Roosevelt y Galbraith, al igual que otros, se movilizó y adoptó las opciones políticas y doctrinales. De forma paralela a su actividad docente estuvo vinculado a organizaciones como el departamento estatal de agricultura durante la época del New Deal, y participó en la campaña demócrata para la reelección de Franklin Delano Roosevelt. En su estancia en el Reino Unido se alineó en torno a las tesis Keynesianas y conoció a economistas como Schumpeter, Sraffa, Michal Kalecki o Joan Robinson.
Durante la Segunda Guerra Mundial participó como hombre de la administración Roosevelt en diferentes organizaciones, como la comisión asesora para la defensa nacional que planificaba en ese momento la economía de Estados Unidos frente a una posible intervención en el conflicto. Más tarde se encargó de la estabilidad de precios en la oficina de administración de precios.
Al finalizar el conflicto se le encargó la elaboración de informes sobre la eficacia y los efectos de los bombardeos aliados en Alemania y Japón, y realizó interrogatorios a lideres nazis. Por sus obligaciones, Galbraith fue uno de los primeros técnicos que llegaron a la Alemania devastada por los bombardeos a finales de 1945. Durante la presidencia de Harry S. Truman trabajó como encargado de negocios para Alemania y Japón en la oficina de política de seguridad económica.
En 1948 volvió a la actividad docente en la Universidad de Harvard, donde enseñó y se dedicó a la investigación, y donde en 1959 obtuvo la cátedra de teoría económica. 
Se jubiló en la universidad de Harvard en 1975. Durante este periodo publicó los libros más destacados de su carrera sobre asuntos económicos, como El capitalismo americano, en 1953, La sociedad opulenta, en 1958, o El nuevo estado industrial, en 1967.
En la época de los años cincuenta y sesenta participó muy activamente en el partido demócrata estadounidense, y apoyó a los candidatos presidenciales del partido. Fue el principal consejero de la administración de Kennedy, embajador en la India desde 1961 hasta 1963, y presidente de la Americans Democratic Action, en 1967, en contra de la intervención de Estados Unidos en Vietnam.
En 1971 fue nombrado presidente de la prestigiosa American Economics Association, aunque sus miembros estuvieron enfrentados por causa de su discutidas posiciones doctrinales. Nombrado doctor Honoris causa por más de 40 universidades, Galbraith fue miembro de la academia americana de las artes y de las ciencias. Recibió multitud de premios, aunque el más destacado es la medalla de la libertad (mayor condecoración civil que se concede en Estados Unidos), que recibió en 1996 de manos del presidente Bill Clinton.

Su obra La sociedad opulenta ha sido muy comentada, y hay quien le ha llegado a criticar por no elaborar una verdad teoría sobre la economía. 
En lo referente a sus aportaciones, el profesor Galbraith, en La sociedad opulenta, se preocupó de los efectos del capitalismo a ultranza, de las diferencias sociales que produce y de la brecha que abre entre las capas sociales, manteniendo posiciones defensoras del estado del bienestar. También a Galbraith se debe la definición de tecnoestructura, como un término que se aplica en organizaciones empresariales a partir de un determinado tamaño. No es difícil comprender que en una organización empresarial de gran tamaño, el capital se diluye, de manera que ya no es posible encontrar una persona que disponga de todo el control y el capital. En esta situación, el capital se diluye en sociedades cuyas acciones son negociadas en bolsa.
En este contexto, un tanto por ciento mínimo del capital social (un tres por ciento) ya se considera mayoritario y decide la gestión de la firma. Junto a este nivel aparece otro de gestión formado por todos los directivos contratados que toman decisiones estratégicas y tácticas. La cuestión es que la información de gestión es facilitada por un grupo mayor de personas que desde puestos técnicos influyen de forma relevante en la toma de decisiones. A todo ese grupo se le denomina tecnoestructura.

En El nuevo estado industrial y en escritos posteriores, John K. Galbraith estudió el comportamiento de las grandes corporaciones industriales. Éstas, al contrario de lo que se pudiera entender teóricamente en lo que se conoce como libre mercado, influyen activamente sobre la demanda de manera que deciden qué, cómo y cuándo se debe adquirir un bien o servicio.
Dentro de esta perspectiva oligopolista del mercado, Galbraith postuló que los demandantes tenderían a organizarse de alguna forma con la intención de influir en la toma de decisiones de las grandes corporaciones. Esta teoría del poder compensador ha sido negada por muchos economistas, ya que el comportamiento del consumidor ha seguido siendo influenciado por la oferta, la mercadotecnia y otras variables sin que se haya producido una organización de los consumidores para defender sus intereses como actor en el marco económico.

John K. Galbraith falleció el 29 de abril de 2006, en el hospital de Mount Auburn (Cambridge, Massachussets), a los 97 años de edad, por causas naturales.


Ana Riveiro.             

viernes, 5 de octubre de 2012

¿Quién pagará la factura? Los de siempre.

El que paga tiene derecho a saber quien se lleva su dinero y por qué lo hace. Los ciudadanos ven cómo el Estado recorta en sanidad, educación y prestaciones públicas, mientras socorre a los bancos, lo que provoca una indignación difícil de contener. Y la confusión que existe todavía enerva más.
El viernes pasado, el Gobierno dijo que pedirá a Europa 40.000 millones para el último rescate. Pero ese no es el primer dinero que se destina a la banca. La prueba es que el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha admitido que el Estado tiene un déficit de 16.660 millones por las facturas pagadas en el pasado a las entidades. No obstante, ha dicho que es un dinero “que se va a devolver”.

Los ciudadanos ven cómo el Estado recorta en sanidad, educación y prestaciones públicas, mientras socorre a los bancos.
Aquí empiezan las dudas. A estas alturas de la crisis todavía es muy difícil saber cuánto va a perder el Estado (ciudadanos) para evitar la quiebra de la banca. Hasta ahora, el capital que se ha inyectado en Unnim y en Banca Cívica, unos 2.000 millones, se han perdido. Los 1.375 millones que tiene, como máximo, Caja España, se dan por perdidos si Unicaja cierra la compra de la entidad castellana. A la factura se suman los 1.000 millones que ya tiene el Banco de Valencia, quizá la primera entidad que se trocee y se venda, en parte para dar un escarmiento. Estos muertos suman 4.350 millones.
Otros dineros perdidos: los 400 millones por Cajasur (en manos de la BBK) y los 5.250 millones de la CAM, comprada por el Sabadell. Hasta ahora sumamos la redonda cifra de 10.000 millones.
Pero hay más: el propio Estado ha admitido que el el fondo de rescate, ha perdido 11.000 millones entre 2010 y 2011 por Bankia, Novagalicia Banco y CatalunyaCaxia, así que la suma alcanza los 21.000 millones de casi imposible recuperación. Por no decir, totalmente imposible. Del total, 5.000 millones pertenecían al Fondo de Garantía de Depósitos de la banca. Todas las comunidades autónomas han recortado 13.000 millones en Sanidad y Educación, por ejemplo. Y 21.000 millones es todo lo que se recauda por impuestos indirectos en España. Otra referencia.

¿Dónde está el límite?

 No se sabe, pero parece muy difícil que no haya más pérdidas. Bankia, CatalunyaCaixa, Novagalicia y Banco de Valencia necesitan 46.206 millones de capital, según las pruebas de Oliver Wyman, cerradas el viernes. Cuando se vendan ¿cuánto se cobrará por ellos?. Esta es la función de los nuevos gestores, revalorizar las entidades. Como dice un experto, cuando se recapitaliza un banco, se cubren las pérdidas pasadas, pero no siempre significa que la entidad vale todo lo que se pone.
Y ahí llega la pregunta: ¿por qué no dejarlo quebrar, como se hizo con Lehman Brothers? La teoría dice que llega el pánico bancario, se colapsa el sistema de pagos y la gente acudiría a buscar su dinero en los bancos. Un dinero que no está porque se ha prestado, invertido, etc.
Hay una referencia cierta: en 1993 y 1994, en la crisis de Banesto, se perdió el 30% de lo que inyectó, unos 1.000 millones de euros. La diferencia es que ahora la economía no se recupera, como entonces, y la crisis bancaria es sistémica, no de una entidad.



Y ahora bien, ¿de dónde se sacará semejantes cantidades de dinero?, ¿quién tendrá que pagar?, ¿por qué en vez de recortar en educación, sanidad, etc. que ayudan al progreso de la población y son vitales, no se recortan sus sueldos?, ¿por qué no reducen la plantilla de ministros o se recortan el sueldo ellos?, ¿a caso somos los verdaderos culpables de todas estas pérdidas?, ¿alguien nos ha informado o nos informará del destino del dinero necesario? ...